sábado, 18 de enero de 2014

Irina Shayk; la novia de Cristiano Ronaldo, tiene un pasado que desearía olvidar


Las lágrimas de Cristiano Ronaldo se llevaron el protagonismo absoluto del Balón de Oro, aunque las cámaras también estuvieron muy pendientes de la reacción de su impertérrita novia, Irina Shayk... con permiso, de nuevo, del trajecito burdeos de Messi. La modelo, que suele hacer honor al estereotipo de frialdad ruso, brindó en esta ocasión una leve concesión. Se emocionó (no tanto para que una lágrima le estropease el perfecto maquillaje) viendo al duro CR7, su novio, convertido en una Magdalena sobre el escenario de la gala de Zúrich.

Irina Shayk y Cristiano Ronaldo han pasado por mucho en estos cuatro años de relación: superaron la aparición repentina de un hijo del futbolista (que a día de hoy no se sabe a ciencia cierta de dónde salió, aunque la versión más extendida es que es fruto de una noche loca con una camarera estadounidense), capean continuamente los continuos rumores de infidelidades, y por fin han logrado calmar las aguas con la matriarca lusa, que no veía con buenos ojos a la maniquí llegada del norte. Su amor ha podido con todo. Y, sobre todo, ha centrado a un Ronaldo al que la noche lo perdía en la época de Nuria Bermúdez o Paris Hilton. Rusa y portugués se compenetran. Quizás porque ambos comparten el carácter que deja una infancia muy dura, lejos del lujo y las abultadas cuentas corrientes que hoy atesoran. 

Los humildes inicios de Ronaldo en la isla de Madeira se repiten hasta la saciedad estos días. Pero los de Irina Shaijlislamova, como figura en su carné de identidad, no se quedan atrás, pese a que nació un día de Reyes, la Nochebuena ortodoxa. 

De sus 28 años, solo los seis últimos han sido un camino de rosas en los que su caché ha ido subiendo hasta llegar a embolsarse casi tres millones de euros al año. Su padre murió de neumonía cuando ella estrenaba la adolescencia y su madre, profesora de música en una guardería, se tuvo que pluriemplear para sacar a la familia adelante. Esas horas las pasaba al cuidado de su abuela, una agente de inteligencia de la armada roja de Stalin que murió el diciembre pasado a los 89 años y por la que Irina sentía devoción. Uno de los últimos regalos que le hizo fue un carísimo bolso rojo de Chanel, con el que posa en la foto que acompaña esta página. La matriarca le ayudó a curtirse en Yemanzhelinsk, una pequeña localidad rusa «en mitad de la nada, donde no hay nada más que visitar que las minas de carbón», y a la que ni siquiera llegaban las revistas de moda en las que ahora acapara portadas. Entre tupidos bosques de pinos y robles y aire gélido (ayer la temperatura máxima en Yemanzhelinsk se quedó en ocho grados bajo cero), la joven Irina era una más, a pesar de sus penetrantes ojos verdes, de su bronceada piel o de sus espectaculares medidas (1,75 de altura y 84-61-89), las mismas que ahora la incluyen entre las modelos más sexis del planeta. «Yo no era de las que gustaba a los chicos en el colegio. Mis compañeros solían reírse de mí por mi tez morena heredada de mi padre (de origen tártaro)». Desde su adolescencia ya mostró una apasionada querencia por las faldas cortas y los tacones altísimos. Llegó a trabajar de pintora de brocha gorda en un hospital para reunir los 20 euros que costaban unas botas de las que se había enamorado y que la débil economía familiar no podía permitirse. Sus vecinos recuerdan a Irina ayudando a su madre en el huerto en el que siguen plantando patatas, tomates y pepinos, antes para ahorrarse unos rublos, y ahora por pura afición.

Por aquel entonces alternaba su faceta de agricultora con clases para aprender a tocar el piano, la lectura de Dostoyevski –su obra preferida es ‘Crimen y castigo’– y las historias inventadas que llenaban sus cuadernos. 

Soñaba con convertirse en escritora o periodista. Su pálpito le decía que lo de «chica de pueblo» desaparecería tarde o temprano. Y lo logró. Aunque no sin antes protagonizar un guión más propio de una película de Hollywood. Ella lo ve como un guiño del destino, en el que cree como buena eslava supersticiosa.

El anuncio de su vida

Todo fue por un anuncio, un anuncio en una parada de autobús que hizo que su madre llevase a su hermana mayor a una agencia de modelos, ya que a ella también le fascinaba el mundo de la belleza. No en vano, Tatiana es un clon de su ahora reconocida hermana. Irina pasaba del mundillo y acudió simplemente como acompañante, pero en la agencia la convencieron para que se quedase. Poco después ganaba el certamen de Miss Cheliabinsk 2004. Con él llegó un pasaporte a París sin apenas hablar inglés... y casi sin dinero para el metro. Pasó hambre y su menú diario se basaba en un plato de arroz cocido. Nacía entonces el lema que se repite día sí, día también: «Sigue andando, no puedes parar ahora». Y no lo hizo. Poco después llegó su primer contrato. Desde entonces no ha parado de sumar trabajos en pasarela, anuncios y catálogos de grandes marcas. «Para trabajar en la moda tienes que ser muy fuerte y yo lo soy, no vivo entre las nubes y soy realista gracias a la educación que me dieron mis padres», puntualiza cuando muchos solo ven en ella una cara bonita y un escultural cuerpo que luce como nadie en bikini y ropa interior, sus especialidades.
Un spot para Armani en 2010 volvió a dar un giro radical a su ya ajetreada vida. Esta vez a nivel sentimental. Posaba con Cristiano Ronaldo y Cupido les dio de lleno. Su caché se revolucionó. Y eso que antes su ex, el rapero Ryan Leslie, le dedicó una de sus canciones. Pero ni sombra de comparación del subidón de fama que supuso convertirse en la novia del astro portugués por más que ella no se considere una «fanática» del fútbol. El romance coincidió con la cotizada portada en bikini de ‘Sports Illustrated’ (por ella han pasado Bar Refaeli o Tyra Banks) en 2011, lo que la catapultó definitivamente.

Sin televisión

Además de buena suerte, la modelo tiene buen corazón. En cuanto logró unos ahorrillos los destinó a un hospital de su pueblo, que se encontraba medio en ruinas. Y colabora con asociaciones benéficas infantiles, ya que le encantan los niños. Se le cae la baba con el pequeño Cristiano (al que cuidan su cuñada y su suegra) y con Irina, su sobrina de siete años que ya posa como ella. El resto del dinero que amasa lo invierte en ladrillo en Estados Unidos y Rusia. Por ejemplo en su lujoso apartamento en el West Village neoyorquino por el que soltó casi 1,5 millones de euros y en el que vive con su perro labrador César (por Julio César). Allí ha pasado dos años sin televisión, porque le tira más el cine –‘Match point’, de Woody Allen, es su película preferida– y, sobre todo, la lectura de su amado Dostoyevski, aunque ahora le ha dado por la literatura rusa del siglo XVII. De esa época le atrae cómo las mujeres estaban a cargo del poder en su país. Atrás ha dejado los seis años que estudió piano porque es incapaz de terminar una melodía. Ahora solo lo escucha cuando lo toca su madre, a la que ha intentado retirar sin éxito. Sobre la mesa en Rusia no falta nunca, tras sus 13horas de sueño, su desayuno preferido: los syrniki, una especie de pancakes rusos con queso quark. Porque aunque no lo aparenta, la comida le pierde: hamburguesas y postres supercalóricos. No sabe lo que es seguir una dieta. Sí, lo que supone matarse a diario en el gimnasio. No llega a las tres mil abdominales de su novio... pero casi. Irina no quiere quedarse solo en una cara bonita. Y menos en un cuerpo escultural que ya ha dicho que no a un cheque lleno de ceros de ‘Playboy’. Su modelo a seguir es Cindy Crawford y todo el emporio que ha montado en torno a su figura. Y aunque Richard Gere es mucho Gere, con Cristiano Ronaldo a su lado tiene un futuro tan brillante y redondo como un Balón de Oro.

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